LA HISTORIA COMO METÁFORA VIVENCIAL
Mucho antes de haber leído los
hombres más sabios e intelectuales que marcaron cada una de las etapas de la
historia, fueron muchas las preguntas que desde niño rondaban mi cabeza, no sé
si eran las constantes amenazas de mis padres o por el contrario la convicción
de que algo extraño e inexplicable, merecía la atención de cualquier viviente
que mirara mucho más allá de lo que sus sentidos podían reflejar.
Una de las preguntas que mereció
mi atención fue la que un día sin pensar se llevó a la persona que más amaba,
mi hermano. Tenía tan sólo 12 años cuando alguien tocó la puerta y sin cautela
alguna gritó desde afuera, mataron a Reynel, su cuerpo yacía extendido en la
calle, no tenía movimiento, estaba boca abajo y corría su sangre viva del
cuerpo que ya no la tenía. Su estatismo y palidez me impresionaron tanto que
solo me pregunté ¿Qué es la muerte? Y tras esa pregunta vinieron muchas más,
como ¿Existe el cielo?, ¿Existe el infierno? Y la más controvertida de todas,
¿Existe el purgatorio? Sin duda alguna ésta última me remitió a la lectura de
muchas historias orales de nuestra tradición, así como de algunos autores que
hacían alusión a mi interrogante, Tertuliano, Swanson, Dante, Ariès,
Baldó y el más denotado no por demeritar a los anteriores, sino porque su
convencimiento a lo nuevo y su gran erudición frente a lo que pocos describen
con tanto brillo y nitidez, le valió el calificativo de ser “el papa de la Edad
Media”, considerado uno de los mayores especialistas en la Edad Media y uno de
los más claros representantes de la Escuela de los Annales, Jacques Le Goff, conocido historiador
francés, nos compartió en sus 90 años de existencia reconocidas obras como Mercaderes y banqueros en la Edad Media, Los Intelectuales en la Edad Media, Lo
Maravilloso y Cotidiano en la Edad Media, El Orden de la Memoria: El Tiempo
como imaginario, La Civilización del Occidente Medieval, Hombres y Mujeres en
la Edad Media y el Nacimiento del Purgatorio (1.981) entre su cuarentena de
libros publicados.
Y es justo en la obra El Nacimiento del Purgatorio, donde se
reúne el tiempo, el trabajo, los niveles
culturales y las historias de la cotidianidad medieval como la reconstrucción
de varios siglos. Pensar en un tercer lugar entre el Cielo y el Infierno, como
en su momento lo manifestó Lutero, no sería fácil ni entenderlo ni mucho menos
darlo a conocer. Por su importancia el Purgatorio, representó un concepto nuevo
en el tiempo y el espacio, porque enmarcaba poder y prestigio al innovar nuevos
juicios en este mundo. Juicios que nacen como pretexto para entender un
comportamiento terrenal y su posterior gratificación o castigo. Corren por los
aires versiones populares de fuegos eternos que purifican o condenan, que
salvan según la intercesión de las oraciones o de los santos.
Es en el
siglo XII, como dice Le Goff, nace El
Purgatorio, el lugar intermedio entre el cielo y el infierno. Lugar para
todos aquellos con pecados veniales o mortales de los cuales se habían
arrepentido y habían sido absueltos en vida, pero aún no habían sido pagados
con su respectiva penitencia. Además de las oraciones, misas, limosnas y cuanta
dádiva existiese, serían el abono para purgar con fuego y otros tormentos, la
purificación del alma pecadora. Debe existir “la posibilidad de un perdón de los pecados después de la muerte y la
eficacia de las plegarias para los cristianos de los vivos por los muertos
rescatables.”.
Entonces
son los dolientes (laicos) frente a
las autoridades eclesiales (clérigos) quienes aboguen por el difunto y
demuestren las intenciones del cristiano en vida, su arrepentimiento por todos
los pecados y el merecimiento de una vida eterna sin castigos posteriores. “La prueba de fuego es una ordalía”. El
merecer el cielo parece tener sus obstáculos, nada nos da la garantía de morir
e ir directamente a disfrutar del paraíso, se deben tener pruebas de
inocencia no individuales sino públicas,
para merecer ese sitio donde mana miel y
ríos de agua viva, donde el alma asciende y puede interceder ante Dios por los
vivos y todas las almas que purgan sus penas, es decir se puede volver emisario
de la causa divina.
Le Goff,
define el purgatorio como “un lugar
doblemente intermedio: en él no se es tan dichoso como en el Paraíso ni tan
desgraciado como en el Infierno y sólo durará hasta el Juicio Final. Para
hacerlo realmente intermedio, basta con situarlo entre el Paraíso y el
Infierno.”. Esta idea permite soñar entorno al perdón como la excusa de
las equivocaciones, pero al mismo tiempo tener la convicción que no existe
pecador tan grande, no importa que haya sido prestamista y usurero que en su
redimir no pueda aspirar en un lapso de tiempo purgar todas sus faltas. Una
buena defensa del pecador en vida, pueden ser sus actos no sólo de benevolencia
con su prójimo, ni sus obras de misericordia, también cuenta la íntima relación
del feligrés con su iglesia y todo lo que ella manda, los sagrados sacramentos
como el de la confesión, que llegó a ser obligatorio por un Decreto papal en
1.215 y sus buenos frutos en el momento de la penitencia.
Antes de concluir la importancia
del purgatorio en la obra de Le Goff, quisiera retomar de la tradición oral rural
una historia que bien vale la pena analizar y tener en cuenta por sus
componentes, no científicos, no académicos pero sí muy reales y cotidianos en
las costumbres y tradiciones de los pueblos suramericanos y heredados por la
conquista europea:
Corría en el calendario el año
1.970, cuando tuve la oportunidad grata de conocer uno de los hombres con mayor
prestigio y reputación en la zona del corregimiento de Pueblo Tapao, en el
departamento del Quindío. Conocido como don Gena, era un hombre dadivoso, servicial,
de buenas costumbres, charlatán con sus amigos, conocedor de la violencia y sus
encarnados dolores, la describía como el infortunio más grande en la historia
de toda Colombia. Don Genaro Echeverry
Betancur, nació en la población de Supía, de padre antioqueño y madre caldense,
fue criado a ultranza y pundonor paisa, arraigado en sus tradiciones y
costumbres ancestrales, como saber que de niño, la levantada era a las cuatro
de la madrugada y lo primero que se hacía era el maitines aprendido por los abuelos
y heredado en sus padres, unos tragos mañaneros de café hecho en panela y
acompañado con una arepa. Después de recoger en los corrales los huevos para el
desayuno, se pasaba a las pesebreras a recoger parte de la leche recién
ordeñada. Ya los trabajadores iniciaban su faena cotidiana, normalmente
recolectar el café, limpiar la maleza de los cultivos, ordeñar el ganado y los
varios que resultaban en toda la hacienda.
Don Genaro fue criado en esta
tradición y dinámica de vida. Cuando
tenía 18 años, apenas terminaba su bachillerato y listo a enfilar para el
ejército, un jornalero vecino de la hacienda una tarde del 9 de Abril de 1.948,
abordó a sus padres para contarles que en la capital habían matado al Caudillo
del pueblo, ellos liberales de pura cepa y fuertes contradictores de los
conservadores, temieron lo peor por estar en una región goda recalcitrante.
Esas palabras eran visibles en el relato de don Genaro, quien explicaba los
motivos por los que habían ido a parar al Quindío. Los godos nos sacaron de
nuestra tierra y no había otra solución, decía el viejo. Mis padres prefirieron
enrumbar sus tres hijos a tierras lejanas, a encargo de desconocidos, que
verlos morir a machete o a plomo por no ser godos. Dejamos todo, dice don Gena
con lágrimas en sus ojos, nos fuimos al lomo de bestia con tres maletas y una
tristeza insondable, yo el mayor de los tres, dos hombres y una mujer, ella me
seguía y nos llevábamos tres años cada uno. Fue muy duro porque papá envió con
nosotros una carta a unos primos lejanos, ellos nos recibieron muy bien y de
manera afectiva, en la maleta mía había un dinero que garantizaba por mucho
tiempo nuestro hospedaje. Además algunos documentos de propiedad que vine a
reconocer años después cuando pude recuperar por vía legal parte de la hacienda
que nos habían robado.
De mis padres en su momento no
supimos nada, sólo tres años después del encierro, un tío nos confesó que los
habían matado cuando incendiaron la hacienda con todos los que allí se
encontraban. Desde ese momento juré a las benditas almas, que no descansaría
hasta encontrar los asesinos de mis viejos. Recuerdo cuando nos enseñaron desde
niños, todas las tardes, después de la comida, hacer el santo rosario e
interceder por todas las almas del purgatorio y por los niños que murieron y no
recibieron el sacramento del bautismo y se encuentran en el limbo. Mis padres
eran muy devotos y camanduleros, pese a que el cura del pueblo en sus sermones
nos echaba vainas porque decía que el liberalismo era pecado, y quienes lo
profesaban irían al infierno. Papá simplemente decía que el padre respiraba por
la herida. Más sin embargo nunca le fue negado un servicio, ni rechazada la
ofrenda que mensualmente daba a la iglesia por todos los favores recibidos, por
el contrario todos nosotros recibimos los sagrados sacramentos, tanto que
recuerdo que el padrecito en la preparación de la primera comunión me dijo que
cuando orara, le pidiera a Dios que me hiciera un hombre conservador y defensor
de las ideas azules, que pidiera el perdón para la familia, que no sabían lo
que hacían. Recuerdo que luego le conté a mi padre, que nunca decía malas
palabras, lo que me había pedido el padrecito, y dijo para ese momento: ¡Cura
marica – todavía le mantengo su iglesia y nos persigue! – Mamá que estaba al lado,
se echó tres bendiciones y se marchó a la cocina. Nuestra creencia traspasaba
cualquier límite de convicción; en semana santa, no se hacía nada, nada era
nada, comíamos poco y lo que era el jueves, viernes y sábado santo el pescado
era sagrado. Ellos dos nos llevaban a la iglesia del pueblo, escuchábamos el
Sermón de las siete palabras, el Vía – crucis, la ceremonia del lavatorio de
pies y las tres procesiones. Cuando estábamos en casa, en las horas de la
noche, como en la hacienda no había luz eléctrica, mis padres nos relataban
historias, unas de miedo para que no saliéramos e hiciéramos caso, y otras que
los abuelos les habían contado. Yo siempre les he tenido respeto a las Benditas
Almas, ellas me han salvado, pero también me han asustado. Los viejos siempre
nos encomendaban en la oración a ellas, porque a pesar que están en el
purgatorio, ellas tienen contacto con Diosito y él les concede sus peticiones.
Además son de respeto porque están en otra vida, pero siguen compartiendo la de
nosotros, ellas saben, como Dios, lo más íntimo de cada uno de nosotros, así
que debemos ser fieles y venerarlas.
Don Genaro sabía cómo cautivar a
sus amigos con sus historias, hizo de la plata un gran emporio cafetero y nunca
se amilanó para decir y contar la verdad de su vida y la de sus hermanos. En su
sepelio, curiosamente después de casi una década de no vernos, recordé un
pasaje cuando describió la muerte de su mejor amigo: - Al entrar a la
habitación principal de su casa, estaba como dormido mi gran amigo y compadre
Gustavo, con su revólver se había volado los sesos de su cabeza, nunca me dijo
sobre su tendencia suicida, lo único que supe fue lo dicho por su mujer, se
quitó la vida porque temía llegar a la vejez solo y enfermo. Cuando fueron
llegando los conocidos, todos hablaban del infortunio que le esperaba en el más
allá, por quitarse la vida no sería perdonado y su alma pagaría una pena grande
en el purgatorio, quizá se le reconocería sus obras de misericordia en la
tierra y de pronto lo buen esposo y padre que fue; también las buenas
donaciones que hacía con frecuencia a la iglesia, pero algo claro se podía
dilucidar era que don Gustavo estaría en serios problemas por tomar decisiones
que no son competencia de ningún ser terrenal. Sus familiares habían consultado
a altas esferas eclesiales, pero lo único que recibieron por parte del señor
obispo fue un pésame y una intención en la que se comprometía como pastor de la
grey junto con la feligresía, a orar
permanentemente por su alma, para que no sufriera y se le tuviera en cuenta su
perdón y posible padecimiento. Recordaba don Genaro en ese momento, que aquel
día del sepelio por primera vez, tuvo la oportunidad de estar en la catedral de
la ciudad, siempre asistía a la iglesia del pueblo; pero en esta ocasión el manto
púrpura era por lo alto. Estuve como extranjero todo el tiempo, decía, la misa se hizo a espaldas nuestras y por mi
cabeza fueron tantos los recuerdos que se juntaron de Gustavo mi compadre, mis
padres y mis vecinos, frases que nos hicieron aprender de memoria, pero nunca
supe su significado, lo único, en cada muerto se repetían una y mil veces.. Ut omnibus fidelibus defunctis et anima
requiescant in pace Dominum. Luego la tradicional letanía Ánimas del
purgatorio quien las pudiera alcanzar, que Dios le saque de penas y les lleve a
descansar. Dales Señor el descanso eterno. Y brille para ellos la luz perpetua.
Que las almas de los fieles difuntos descansen
en paz, Amén. Todas estas exclamaciones mortuorias fue un constante
repetir en mi vida, muerto tras muerto, porque mis padres así lo dispusieron durante
mi infancia.
Cada vez que escucho historias
orales en los pueblos, siempre establezco una gran relación con los estudios
serios e intelectuales que he podido leer.
Le Goff, Jacques; El Nacimiento del Purgatorio, Ed. Taurus, Madrid, 1989