LA HISTORIA Y SU MALA INTERPRETACIÓN
El
ritmo de desarrollo, el avance tecnológico, debe ser comprendido desde el
presente, desde el pasado, por eso es fundamental abrir muy bien los ojos a los
documentos, a los testimonios, al lenguaje que se utiliza explicando las
estructuras políticas, económicas, sociales, religiosas y las mentalidades. Se
debe delimitar el punto de aplicación de sus herramientas, saber elegir para
actuar, en pro de descubrir las transformaciones, los cambios, los orígenes,
las consecuencias humanas en su trasegar en el tiempo y el espacio, tal como lo afirma Marc Bloc “La
cuestión no es saber si Jesús fue crucificado y resucitó, sino entender por qué
tantos hombres a nuestro alrededor creen en la crucifixión y resurrección”
Otro
aspecto fundamental para ejercer fielmente el oficio del historiador, es
comprender la relación pasado-presente. Uno y otro se alimentan para darle vida
a lo que se debe aprehender. Tomar nuestras experiencias cotidianas para
iniciar procesos de investigación, con el fin de conocerlos mejor para profundizar en campos desconocidos, y en
ese sentido comprender los cambios que nazcan de dicho ejercicio. ¿Pero cómo
realizamos tan compleja tarea? A través del conocimiento de las huellas. No se
puede modificar el pasado, pero el conocimiento del pasado está en progreso,
que se transforma y cada vez se perfecciona más, esta es una tarea compleja ya
que podemos encontrar en dichas evidencias una alta carga de subjetividad,
motivadas por intereses personales, públicos e institucionales del momento. Es
dudar, es analizar y examinar la duda, criticar, para diferenciar lo verdadero
de lo falso. Aquí la crítica se convierte en una herramienta fundamental en el
conocimiento, desmantelando la mentira y el error a los mismos hombres. EE.UU
invadió a Irak por creer que éstos construían armas químicas de destrucción masiva. Se mintieron así
mismos para justificar tal masacre. La revuelta del 20 de Julio de 1.810 no
estalla por la visita de Antonio Villavicencio a Santa Fe. El error se orienta
a la confusión, coincide con prejuicios falsos del común, en la misma idea Bloc, afirma “La forma de las
nubes no ha cambiado desde la Edad Media, sin embargo ya no vemos en ellas
cruces ni espadas milagrosas”. Las falsas noticias son
un caldo de cultivo para desatar hechos con inclinaciones a favor de quien las
genera. Aferrarse al principio de contradicción: Un acontecimiento es o no
verdadero, es defender con argumentos reales y racionales, demostrables, no
puede ser una invención de quienes pretendemos hacer y escribir la historia.
Otro de los muchos retos que debemos asumir con responsabilidad, en la búsqueda de la verdad, y es esa particular
capacidad por comprender la totalidad, no las partes. Contextualizar siempre
será un acto que legitima la misma conciencia del historiador. Concluye Bloc: “El historiador nunca sale del tiempo, sino
que por una oscilación necesaria en él considera a veces las grandes ondas de
fenómenos emparentados que atraviesan de un extremo a otro, la duración y a
veces el momento humano en el que esas corrientes se juntan en el poderoso nudo
de las conciencias”.
Otro
reto fundamental en el análisis histórico es el uso del lenguaje.
Necesariamente importante, ya que las palabras cambian no por etimología sino
por el significado dado en distintos tiempos, espacios y sociedades. Las
palabras han de ser explicadas e interpretadas, y como los documentos no son completos, allí
es donde la historia actúa, de no ser así, carecería de sentido. Contextualizar
las palabras para que nos entiendan los lectores.
Otro
elemento a combatir es el de la pérdida del carácter humano de la historia por
el uso de la matemática en su análisis, no nombramos héroes, sociedades, sino enumeramos
siglos; “el arte del siglo XIII, la filosofía del siglo XVIII, el Renacimiento
del siglo XII. Hay que romper etiquetas, estudiar los fenómenos particulares,
los fenómenos sociales. Las transformaciones no pueden cronometrarse porque no
vamos en una carrera loca contra el tiempo. Las periodizaciones son largas y
cortas. Las generaciones son fases relativamente cortas, las civilizaciones
fases más largas. Estamos mucho más influidos en costumbres, maneras de pensar,
valores morales de nuestra generación anterior que nuestros hijos de la nuestra, ya que el poder de los medios de
comunicación, de la internet, han trastocado significativamente dichos
aprendizajes. Lo vivimos diariamente en nuestras aulas de clases, en donde los
estudiantes se han vuelto homofóbicos, han perdido el gusto por la lectura, por
la indagación de hechos históricos, por el análisis, por generar dudas que les permitan
reflexionar frente a problemáticas de sí
mismos, de sus familias, de su barrio, de su ciudad, de su país, de su
continente, de su planeta y universo. Estamos ante una preocupante situación de
pérdida de la conciencia crítica. No buscamos las causas, pero si queremos encontrarlas,
nada nos emociona ni seduce, estamos ante una situación generalizada de
desencanto. Es en este contexto donde la historia debe producir atracción, placer,
distraer, porque debe ser una guía para la acción y no de alucinación como pasa
en este siglo, tal como lo mencionó el
mismo Bloch.
La
Apología para la historia brinda herramientas fundamentales en el ejercicio del
sujeto que ame la historia, para que se interne en profundas realidades
indagando por el pasado y el presente; ésta lo convierte en un agente
importante en el proceso de cambio y transformación de nuestra sociedad; la
formación de sujetos críticos y sensibles del mundo en el que interactúan, que
profundicemos en la búsqueda de la verdad, partiendo de la indisciplina que ha
de generar la duda. Gran reto el que nos propone Bloch en la dinámica del mundo
actual. La tarea es estar despiertos.