sábado, 1 de noviembre de 2014


LA HISTORIA COMO METÁFORA VIVENCIAL

Mucho antes de haber leído los hombres más sabios e intelectuales que marcaron cada una de las etapas de la historia, fueron muchas las preguntas que desde niño rondaban mi cabeza, no sé si eran las constantes amenazas de mis padres o por el contrario la convicción de que algo extraño e inexplicable, merecía la atención de cualquier viviente que mirara mucho más allá de lo que sus sentidos podían reflejar.
Una de las preguntas que mereció mi atención fue la que un día sin pensar se llevó a la persona que más amaba, mi hermano. Tenía tan sólo 12 años cuando alguien tocó la puerta y sin cautela alguna gritó desde afuera, mataron a Reynel, su cuerpo yacía extendido en la calle, no tenía movimiento, estaba boca abajo y corría su sangre viva del cuerpo que ya no la tenía. Su estatismo y palidez me impresionaron tanto que solo me pregunté ¿Qué es la muerte? Y tras esa pregunta vinieron muchas más, como ¿Existe el cielo?, ¿Existe el infierno? Y la más controvertida de todas, ¿Existe el purgatorio? Sin duda alguna ésta última me remitió a la lectura de muchas historias orales de nuestra tradición, así como de algunos autores que hacían alusión a mi interrogante, Tertuliano, Swanson, Dante, Ariès, Baldó y el más denotado no por demeritar a los anteriores, sino porque su convencimiento a lo nuevo y su gran erudición frente a lo que pocos describen con tanto brillo y nitidez, le valió el calificativo de ser “el papa de la Edad Media”, considerado uno de los mayores especialistas en la Edad Media y uno de los más claros representantes de la Escuela de los Annales, Jacques Le Goff, conocido historiador francés, nos compartió en sus 90 años de existencia reconocidas obras como Mercaderes y banqueros en la Edad Media,  Los Intelectuales en la Edad Media, Lo Maravilloso y Cotidiano en la Edad Media, El Orden de la Memoria: El Tiempo como imaginario, La Civilización del Occidente Medieval, Hombres y Mujeres en la Edad Media y el Nacimiento del Purgatorio (1.981) entre su cuarentena de libros publicados.
Y es justo en la obra El Nacimiento del Purgatorio, donde se reúne  el tiempo, el trabajo, los niveles culturales y las historias de la cotidianidad medieval como la reconstrucción de varios siglos. Pensar en un tercer lugar entre el Cielo y el Infierno, como en su momento lo manifestó Lutero, no sería fácil ni entenderlo ni mucho menos darlo a conocer. Por su importancia el Purgatorio, representó un concepto nuevo en el tiempo y el espacio, porque enmarcaba poder y prestigio al innovar nuevos juicios en este mundo. Juicios que nacen como pretexto para entender un comportamiento terrenal y su posterior gratificación o castigo. Corren por los aires versiones populares de fuegos eternos que purifican o condenan, que salvan según la intercesión de las oraciones o de los santos.
Es en el siglo XII, como dice Le Goff, nace El Purgatorio, el lugar intermedio entre el cielo y el infierno. Lugar para todos aquellos con pecados veniales o mortales de los cuales se habían arrepentido y habían sido absueltos en vida, pero aún no habían sido pagados con su respectiva penitencia. Además de las oraciones, misas, limosnas y cuanta dádiva existiese, serían el abono para purgar con fuego y otros tormentos, la purificación del alma pecadora. Debe existir “la posibilidad de un perdón de los pecados después de la muerte y la eficacia de las plegarias para los cristianos de los vivos por los muertos rescatables.”.

Entonces son los dolientes (laicos) frente a las autoridades eclesiales (clérigos) quienes aboguen por el difunto y demuestren las intenciones del cristiano en vida, su arrepentimiento por todos los pecados y el merecimiento de una vida eterna sin castigos posteriores. “La prueba de fuego es una ordalía”. El merecer el cielo parece tener sus obstáculos, nada nos da la garantía de morir e ir directamente a disfrutar del paraíso, se deben tener pruebas de inocencia  no individuales sino públicas, para merecer  ese sitio donde mana miel y ríos de agua viva, donde el alma asciende y puede interceder ante Dios por los vivos y todas las almas que purgan sus penas, es decir se puede volver emisario de la causa divina.

Le Goff, define el purgatorio como “un lugar doblemente intermedio: en él no se es tan dichoso como en el Paraíso ni tan desgraciado como en el Infierno y sólo durará hasta el Juicio Final. Para hacerlo realmente intermedio, basta con situarlo entre el Paraíso y el Infierno.”. Esta idea permite soñar entorno al perdón como la excusa de las equivocaciones, pero al mismo tiempo tener la convicción que no existe pecador tan grande, no importa que haya sido prestamista y usurero que en su redimir no pueda aspirar en un lapso de tiempo purgar todas sus faltas. Una buena defensa del pecador en vida, pueden ser sus actos no sólo de benevolencia con su prójimo, ni sus obras de misericordia, también cuenta la íntima relación del feligrés con su iglesia y todo lo que ella manda, los sagrados sacramentos como el de la confesión, que llegó a ser obligatorio por un Decreto papal en 1.215 y sus buenos frutos en el momento de la penitencia.

Antes de concluir la importancia del purgatorio en la obra de Le Goff, quisiera retomar de la tradición oral rural una historia que bien vale la pena analizar y tener en cuenta por sus componentes, no científicos, no académicos pero sí muy reales y cotidianos en las costumbres y tradiciones de los pueblos suramericanos y heredados por la conquista europea:

Corría en el calendario el año 1.970, cuando tuve la oportunidad grata de conocer uno de los hombres con mayor prestigio y reputación en la zona del corregimiento de Pueblo Tapao, en el departamento del Quindío. Conocido como don Gena, era un hombre dadivoso, servicial, de buenas costumbres, charlatán con sus amigos, conocedor de la violencia y sus encarnados dolores, la describía como el infortunio más grande en la historia de toda Colombia.  Don Genaro Echeverry Betancur, nació en la población de Supía, de padre antioqueño y madre caldense, fue criado a ultranza y pundonor paisa, arraigado en sus tradiciones y costumbres ancestrales, como saber que de niño, la levantada era a las cuatro de la madrugada y lo primero que se hacía era el maitines aprendido por los abuelos y heredado en sus padres, unos tragos mañaneros de café hecho en panela y acompañado con una arepa. Después de recoger en los corrales los huevos para el desayuno, se pasaba a las pesebreras a recoger parte de la leche recién ordeñada. Ya los trabajadores iniciaban su faena cotidiana, normalmente recolectar el café, limpiar la maleza de los cultivos, ordeñar el ganado y los varios que resultaban en toda la hacienda.
Don Genaro fue criado en esta tradición  y dinámica de vida. Cuando tenía 18 años, apenas terminaba su bachillerato y listo a enfilar para el ejército, un jornalero vecino de la hacienda una tarde del 9 de Abril de 1.948, abordó a sus padres para contarles que en la capital habían matado al Caudillo del pueblo, ellos liberales de pura cepa y fuertes contradictores de los conservadores, temieron lo peor por estar en una región goda recalcitrante. Esas palabras eran visibles en el relato de don Genaro, quien explicaba los motivos por los que habían ido a parar al Quindío. Los godos nos sacaron de nuestra tierra y no había otra solución, decía el viejo. Mis padres prefirieron enrumbar sus tres hijos a tierras lejanas, a encargo de desconocidos, que verlos morir a machete o a plomo por no ser godos. Dejamos todo, dice don Gena con lágrimas en sus ojos, nos fuimos al lomo de bestia con tres maletas y una tristeza insondable, yo el mayor de los tres, dos hombres y una mujer, ella me seguía y nos llevábamos tres años cada uno. Fue muy duro porque papá envió con nosotros una carta a unos primos lejanos, ellos nos recibieron muy bien y de manera afectiva, en la maleta mía había un dinero que garantizaba por mucho tiempo nuestro hospedaje. Además algunos documentos de propiedad que vine a reconocer años después cuando pude recuperar por vía legal parte de la hacienda que nos habían robado.

De mis padres en su momento no supimos nada, sólo tres años después del encierro, un tío nos confesó que los habían matado cuando incendiaron la hacienda con todos los que allí se encontraban. Desde ese momento juré a las benditas almas, que no descansaría hasta encontrar los asesinos de mis viejos. Recuerdo cuando nos enseñaron desde niños, todas las tardes, después de la comida, hacer el santo rosario e interceder por todas las almas del purgatorio y por los niños que murieron y no recibieron el sacramento del bautismo y se encuentran en el limbo. Mis padres eran muy devotos y camanduleros, pese a que el cura del pueblo en sus sermones nos echaba vainas porque decía que el liberalismo era pecado, y quienes lo profesaban irían al infierno. Papá simplemente decía que el padre respiraba por la herida. Más sin embargo nunca le fue negado un servicio, ni rechazada la ofrenda que mensualmente daba a la iglesia por todos los favores recibidos, por el contrario todos nosotros recibimos los sagrados sacramentos, tanto que recuerdo que el padrecito en la preparación de la primera comunión me dijo que cuando orara, le pidiera a Dios que me hiciera un hombre conservador y defensor de las ideas azules, que pidiera el perdón para la familia, que no sabían lo que hacían. Recuerdo que luego le conté a mi padre, que nunca decía malas palabras, lo que me había pedido el padrecito, y dijo para ese momento: ¡Cura marica – todavía le mantengo su iglesia y nos persigue! – Mamá que estaba al lado, se echó tres bendiciones y se marchó a la cocina. Nuestra creencia traspasaba cualquier límite de convicción; en semana santa, no se hacía nada, nada era nada, comíamos poco y lo que era el jueves, viernes y sábado santo el pescado era sagrado. Ellos dos nos llevaban a la iglesia del pueblo, escuchábamos el Sermón de las siete palabras, el Vía – crucis, la ceremonia del lavatorio de pies y las tres procesiones. Cuando estábamos en casa, en las horas de la noche, como en la hacienda no había luz eléctrica, mis padres nos relataban historias, unas de miedo para que no saliéramos e hiciéramos caso, y otras que los abuelos les habían contado. Yo siempre les he tenido respeto a las Benditas Almas, ellas me han salvado, pero también me han asustado. Los viejos siempre nos encomendaban en la oración a ellas, porque a pesar que están en el purgatorio, ellas tienen contacto con Diosito y él les concede sus peticiones. Además son de respeto porque están en otra vida, pero siguen compartiendo la de nosotros, ellas saben, como Dios, lo más íntimo de cada uno de nosotros, así que debemos ser fieles y venerarlas.
Don Genaro sabía cómo cautivar a sus amigos con sus historias, hizo de la plata un gran emporio cafetero y nunca se amilanó para decir y contar la verdad de su vida y la de sus hermanos. En su sepelio, curiosamente después de casi una década de no vernos, recordé un pasaje cuando describió la muerte de su mejor amigo: - Al entrar a la habitación principal de su casa, estaba como dormido mi gran amigo y compadre Gustavo, con su revólver se había volado los sesos de su cabeza, nunca me dijo sobre su tendencia suicida, lo único que supe fue lo dicho por su mujer, se quitó la vida porque temía llegar a la vejez solo y enfermo. Cuando fueron llegando los conocidos, todos hablaban del infortunio que le esperaba en el más allá, por quitarse la vida no sería perdonado y su alma pagaría una pena grande en el purgatorio, quizá se le reconocería sus obras de misericordia en la tierra y de pronto lo buen esposo y padre que fue; también las buenas donaciones que hacía con frecuencia a la iglesia, pero algo claro se podía dilucidar era que don Gustavo estaría en serios problemas por tomar decisiones que no son competencia de ningún ser terrenal. Sus familiares habían consultado a altas esferas eclesiales, pero lo único que recibieron por parte del señor obispo fue un pésame y una intención en la que se comprometía como pastor de la grey junto con la feligresía,  a orar permanentemente por su alma, para que no sufriera y se le tuviera en cuenta su perdón y posible padecimiento. Recordaba don Genaro en ese momento, que aquel día del sepelio por primera vez, tuvo la oportunidad de estar en la catedral de la ciudad, siempre asistía a la iglesia del pueblo; pero en esta ocasión el manto púrpura era por lo alto. Estuve como extranjero todo el tiempo, decía,  la misa se hizo a espaldas nuestras y por mi cabeza fueron tantos los recuerdos que se juntaron de Gustavo mi compadre, mis padres y mis vecinos, frases que nos hicieron aprender de memoria, pero nunca supe su significado, lo único, en cada muerto se repetían una y mil veces.. Ut omnibus fidelibus defunctis et anima requiescant in pace Dominum. Luego la tradicional letanía Ánimas del purgatorio quien las pudiera alcanzar, que Dios le saque de penas y les lleve a descansar. Dales Señor el descanso eterno. Y brille para ellos la luz perpetua. Que las almas de los fieles difuntos descansen  en paz, Amén. Todas estas exclamaciones mortuorias fue un constante repetir en mi vida, muerto tras muerto, porque mis padres así lo dispusieron durante mi infancia.
Cada vez que escucho historias orales en los pueblos, siempre establezco una gran relación con los estudios serios e intelectuales que he podido leer. 

Le Goff, Jacques; El Nacimiento del Purgatorio, Ed. Taurus, Madrid, 1989